Calla su voz el mar, y es el instante
del ocaso desnudo de memoria...
sobre la piel del mundo, perentoria,
ruge la fiera herida y anhelante.
Puedo olerte rondar, alucinante,
cómo un frágil espectro de la euforia.
Yo no quiero los restos de la gloria
ni la huella de sal del beso errante.
Yo me niego a tus límites alados,
a los frutos de mayo demorados
en los ojos absortos de los dioses.
Yo me niego a tu sombra fugitiva,
a tu sangre, tu piel; a lo que viva
detrás del murmurar de los adioses.
MARIANA FINOCHIETTO.
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